R ́oho ra Zänä / Retoño de Luna Entre mezclas de aromas: mezquites, garambullos y cactus mis padres recibieron al cuarto integrante de su familia. Soy ñähñu, mujer cenzontle. Mi raíz, el Valle del Mezquital, mis primeros pasos, deambularon en la montaña Juxmaye, tierra caliza que ha nutrido por años nuestro Valle. Mi nana me enseñó a nombrar los ciclos de la vida a través de su lenguaje milenario, mi espíritu se nutrió del fogón de mi pueblo. A temprana edad mis padres me enseñaron a leer el universo: el tiempo propicio para la siembra, cosecha, selección de semilla, sin olvidar nunca el ofrendar nuestro agradecimiento a la Rä zi mäkä Xímhaí /Madre Tierra, solicitar consentimiento para la siembra y la recolección de cosecha. Mi infancia transcurrió felizmente en el campo, apoyaba en las tareas de la labor, sembrando, recolectando la cosecha de temporal. La zona del B`ot`âhi`,(mi tierra) depende de la lluvia de temporada (entre abril y mayo) es ciclo de lluvia, es esperada con enorme júbilo, regularmente mi padre observaba el horizonte, sí la montaña del Juxmaye se visualizaba de determinado color las nubes cobijando la montaña, era sinónimo de la llegada del momento idóneo para preparar la tierra. La siembra era todo un ritual, cada una de nosotras con un ayate cruzado bajo los brazos,teníamos como tarea depositar cinco semillas de maíz y tres de frijol. Bajo el sol de mediodía nuestras huellas se desplegaban por toda la milpa, en tanto mamá recalentaba la comida que muy de madrugada preparaba, el leño impregnaba cada alimento. Gorditas de frijol con chile guajillo desaparecían del itacate, un dulce atole de aguamiel complementaba el exquisito manjar. Solíamos siempre almorzar y comer bajo la sombra de algún mezquite, a nuestro alrededor se vislumbraban los surcos recién sembrados con la esperanza de lluvia, mamá solía decir “aunque sólo sea para la pastura”. Regularmente después de clases acudíamos a las milpas a deshierbar, revisando las matas de maíz con la ayuda de un azadón, fortalecíamos sus tallos formando un pequeño montículo bajo cada una de ellas. Si la cosecha se lograba, (era sólo para el autoconsumo) antes de la llegada del invierno se procuraba recolectarla y con el pasto se formaban “borregos” (el pasto se recolectaba en forma de medianos segmentos denominados “borregos”). Durante mi infancia, la tierra del Mezquital fue generosa, en verano recolectabamos:
biznagas, cobas, garambullos, tunas de varias especies, pitayas, chilillos, mezquites. Y en las
milpas varias especies de quelites. Sin olvidar las flores de palma, sábila y golumbos que
forman parte de los platillos típicos de la región. Por las noches platicando con mi madre
hablaba de mi deseo de continuar mis estudios, sin embargo los gastos del hogar a duras
penas se cubrían. Así, entre hilos e hilos del sànthe* en telares (*fibra de las pencas del maguey) en mi memoria grabe, la mimesis de mi tierra. Mi palabra se nutrió del bagaje de mi pueblo, y mi espíritu de la fortaleza del maguey. El néctar de aguamiel amamanto mi pensamiento, el contacto con el barro vigorizó mi temple. Entre el canto de los grillos, el nopal me mostró la semiosis de la vida. Al paso de los años, las lluvias tardaron en llegar, el suelo se fue secando. Las nubes,pasaban desdeñando nuestro Valle. Algunos nos vimos forzados a migrar, con el enorme deseo de continuar apoyando a nuestra gente. Mi primer miedo fue un domingo de verano comuniqué a mi madre la decisión de irme a la ciudad de México, en mí imperaba el deseo de continuar al menos con una carrera técnica, y así apoyarlos, mi madrina de bautizo vivía en la colonia Martín Carrera, podría darme hospedaje mencioné a mi madre. Con dirección en mano partí a la ciudad, durante el transcurso de las cuatro horas de viaje repasaba las indicaciones de mi madre, “parada Martín Carrera, dos cuadras a tu derecha y una hacia Norte”, llegar a la edad de quince años a una ciudad desconocida es intimidante. En esa metrópoli estudié una carrera técnica, conseguí un trabajo de fin de semana. Solía caminar por la zona del centro, por la Alameda Central era común encontrarse con puestos de libros usados, regularmente adquiría algún texto. Extrañaba la vida en el campo. En ocasiones solía transitar por la Alameda Central, sólo para sentarme a escuchar a algún “cilindrero” un sinónimo de cenzontle de esa gran metrópoli. Transcurrieron tres años, no logré adaptarme del todo a la ciudad, cuando concluí la
carrera técnica, decidí probar nuevos horizontes. Me transladé a la frontera de Tijuana. Me
emplee en el área de la maquila, continúe un curso por las tardes después del trabajo para
ampliar conocimientos en el área de la informática que en ese entonces mis conocimientos en
esa materia eran casi nulos. Debido a la gran demanda del trabajo se nos rotaban los turnos,
cinco días de día y cinco de noche, trabajando doce horas, era completamente agotador.
Cambié de trabajo, empleándome en el mismo ramo, la maquila. Se abrió la oportunidad de
realizar un viaje con el propósito de capacitarnos en un proceso de producción casi al
terminar el verano, se nos envió a la ciudad de Malasia. Generalmente la gente malaya es
hospitalaria, su clima es cálido y húmedo, llueve intensamente. Podría decirse que es la otra
“eterna primavera”. El adaptarse de nuevo al nuevo contexto en que nos desenvolvíamos nos llevó tiempo, éramos un grupo de mexicanas aprendiendo y asimilando las visiones desde otra perspectiva, solía explorar nuestro alrededor después de la jornada de trabajo, el paisaje era contrastante, a un paso te encontrabas con un complejo industrial y a la vuelta de un sendero, la fotografía de la naturaleza, hojarasca, soledad de la montaña y el bullicio de los insectos, del río. A mi regreso trabajé por varios años en esa área, un día mi espíritu no resistió más, se negó a continuar siendo autómata. Cambie de trabajo, me empleé en una Distribuidora de libros, con un horario más holgado, (tuve oportunidad de tomar clases de guitarra acústica), el canto de las aves retorno a mí, ¿qué estaba legando a mi gente? ¡Polvo sin semilla! El invierno llegaba a mi vida y la voz de mi pueblo, solo había sido cueva en mí. Comencé a ser autodidacta en el aprendizaje de la escritura de mi lengua. A la par comencé a impartir talleres en las colonias de la periferia. Como mi carga académica cursada en el CONALEP difería del plan educativo (actual). Decidí ingresar a Cemsad. Durante tres años acudí puntualmente a mis clases los fines de semana, trabajando de lunes a viernes. Sábado y domingo a mis clases presenciales. Posteriormente ingresé a la Licenciatura en Lengua y Literatura de Hispanoamérica, comencé a escribir, en este último año, mi narrativa y poesía se ha centrado más en el aspecto testimonial. Con el paso del tiempo, las herramientas, trabajos de investigación que he realizado dentro de mi plan de estudios, los retroalimento dando talleres de derechos lingüísticos, proyectos comunitarios entre otras temáticas. Durante la Licenciatura he postulado y cursado dos Diplomados Internacionales en UNAM Y BUAP. En 2017 me decidí a enviar mi primer ensayo a un Congreso Internacional de Posgrado, fue publicado, y así sucesivamente tuvieron eco otros textos más. Comencé a impartir talleres de incidencia dentro de las comunidades de esta frontera. Combinó a la par el estudio, trabajo laboral, creación literaria, investigación y trabajo comunitario. Mi paso por esta vida me ha permitido observar la mirada de varios pueblos, sus deseos de justicia, de equidad, y de respeto. Considero que en últimas fechas mi poesía es testimonial, por mi voz y mi mano, no sólo habla mi abuela, sino muchas madres ancestrales, es testimonio de la lengua y la cultura hñähñu. Escribo, investigo y sustento la historia de mis ancestros para que estos pequeños hablantes crezcan con el orgullo de ser portadores de miles de años de tradición. He dejado a la palabra brotar, y esparcir la semilla. Maguey soy, Magoni, mi raíz, soy Retoño de Luna.
